lunes, 23 de marzo de 2009

La muerte en directo


El cáncer terminal ha terminado, según lo previsto, con la vida de Jade Goody, la ex–concursante de la versión británica de “Gran Hermano” que vendió todas las exclusivas de su vida desde que fue expulsada de la mediática casa. Se me ocurre equipararla con la también ex –hermana Aida Nízar, a la que no le deseo un cáncer pero que también supo rentabilizar su paso por el concurso. Lo curioso es que Goody pasó de ser una de las mujeres más odiadas de su país (cuando estaba sana) a convertirse en una especie de mártir tras haber fallecido prácticamente ante las cámaras. Lo sucedido me recuerda al argumento de aquella película protagonizada por Romy Schneider cuyo título he tomado prestado para este artículo, pero a mí, personalmente, no me conmueve la agonía de la “pobre” mujer, sino la estupidez de los telespectadores ingleses que aceptaron formar parte de tan truculento juego.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Descanse en paz.

Anónimo dijo...

Si lo que ha recaudado en sus ultimos meses de vida, es para sus hijos pequeños....lo veo muy bien.

Hay quien vende su vida por "avaricia", ¿porqué no hacerlo por unos hijos?.

MC

Anónimo dijo...

hay que estar en el lugar de cada uno para entender lo que pasa por la cabeza en este caso de una mujer madre de niños pequeños y con una enfermedad mortal, solo por eso está fuera de toda culpa y fuera de todo comentario que no sea como dice el anónimo primero, Descanse en Paz.

besitos Marisa

Anónimo dijo...

No sé, ¿qué queréis que os diga? No os quito vuestra parte de razón, "lo que se hace para asegurar el futuro de los niños, bien hecho está", pero... Es que éso de llevar una cámara detrás durante todos los momentos del día y casi hasta la muerte, provocando ese morbazo en la gente, y que la gente, por otra parte, respalde esa movida con cifras millonarias de audiencia, no me suena nada bien. Y que conste que el hecho de que yo, personalmente, no esté de acuerdo con esa actitud, no implica que la considere una delincuente ni culpable de nada que no sea vender su intimidad y suscitar elevados índices de morbo.